• REVISTA DIGITAL
  • SIP
  • Podcasts
  • Webinars
  • YouTube SIP
Hora de Cierre
  • Crónica

    "No es fácil andar rodando en otro país a los 76 años"

    Este texto forma parte de la serie Contar el Exilio, producida en colaboración con DW Akademie, el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión -IPLEX- y la Red Latinoamericana de Periodismo en el Exilio -RELPEX-. Forma parte del proyecto Space For Freedom en el marco de la iniciativa Hannah Arendt financiada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania.

    11 de junio de 2025 - 14:56
    A los 76 años, a Aníbal Espinoza le salen trabajos puntuales. “Le hago de todo”, dice. Aquí aparece operando un montacarga. Cortesía.
    A los 76 años, a Aníbal Espinoza le salen trabajos puntuales. “Le hago de todo”, dice. Aquí aparece operando un montacarga. Cortesía.
    Ads

    Por Roberto Orozco B.

    El destierro es una condena especialmente cruel para los adultos mayores. Con escasas oportunidades laborales, un sistema de salud inaccesible y el peso de enfermedades crónicas enfrentan no solo la precariedad material, sino también la angustia de la separación familiar. La nostalgia de sus raíces y el anhelo de reencontrarse con sus seres queridos los lleva a temer un destino trágico: morir lejos de casa.

    Aníbal Espinoza, de 76 años, suele abstraerse de la realidad. Se sumerge en un limbo de incertidumbre, atrapado en el exilio forzado en una sociedad ajena, individualista y con casi nulas posibilidades de integración para los adultos mayores.

    Actualmente reside en una ciudad de Florida, Estados Unidos, cuyo nombre prefiere omitir por razones de seguridad. La desconfianza y el miedo lo persiguen, un reflejo de los 12 años que pasó en el Ejército Popular Sandinista (EPS), transformado luego en el Ejército de Nicaragua tras la guerra civil.

    Aníbal revive esa sensación de inseguridad cada vez que “mira hacia atrás” y recuerda lo que dejó atrás en Nicaragua. Su esposa, con quien estuvo casado 50 años, falleció el 7 de septiembre de 2022. No pudo estar en su velorio. Sus hijos, sus nietos y su hogar en un barrio leonés quedaron atrás cuando tuvo que huir de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

    La angustia de la distancia lo consume. “No es fácil andar rodando en otro país a los 76 años”, dice con resignación. Su historia no es única. Pedro René Montoya Baltodano, de 61 años, lamenta no haber conocido aún a sus dos nuevos nietos. Johnny Balmaceda, de 53, sufre la incertidumbre de no tener un techo.

    Todos coinciden en que el exilio forzado a una edad avanzada es una lucha diaria contra la enfermedad, el desempleo y la marginación en sociedades que priorizan la juventud y discriminan a los “viejos”, especialmente cuando son migrantes y, para muchos, extraños.

    El origen del destierro

    Aníbal, Pedro y Johnny fueron perseguidos políticos en Nicaragua. Huyeron en distintos momentos, primero a Costa Rica, donde sobrevivieron en condiciones precarias durante casi cuatro años, y luego a Estados Unidos tras recorrer más de 2,520 kilómetros desde San José hasta la frontera con México.

    Su "delito" fue haber reunido dos condiciones: ser militares en retiro y haber apoyado las protestas de abril de 2018. Pedro y Aníbal acompañaron al excoronel Carlos Brenes Sánchez en la placita de Monimbó, donde un grupo de militares retirados del EPS exigió la renuncia de Daniel Ortega y Rosario Murillo, a quienes responsabilizaron por la violencia y la crisis política de entonces.

    Según organismos de derechos humanos, la represión estatal dejó al menos 355 muertos.

    “Yo me tuve que ir de mi país de un momento a otro”, cuenta Aníbal. “Salí de una conferencia de prensa en el CENIDH (Centro Nicaragüense de Derechos Humanos) y me llamó un policía conocido para advertirme que no regresara a León porque había una orden de arresto en mi contra. Me aconsejó que huyera de inmediato”, relata.

    Johnny también tuvo que huir. “El 28 de julio de 2018 me vi obligado a exiliarme por la crisis sociopolítica en Nicaragua. Para proteger mi vida, tuve que cruzar hacia Costa Rica por un punto ciego”, detalla.

    Pedro y su hijo, de 16 años, participaron en las protestas desde el inicio. Antes de escapar, se escondieron durante 10 meses mientras el joven se recuperaba de las heridas de bala que sufrió en la brutal Operación Limpieza de julio de 2018. Cuando la policía descubrió su refugio, no tuvieron más opción que huir a Costa Rica el 9 de mayo de 2019.

    Viejos y desplazados

    La huida marcó el inicio de su suplicio. De dormir en parques bajo la lluvia en plena temporada invernal costarricense, a pasar hambre y desesperación por la falta de trabajo y refugio. Entre el frío y la humedad, recordaban los días en que tenían un hogar, una familia, un plato de frijoles humeantes y el café nicaragüense que tanto extrañaban. Las lágrimas fluían solas.

    Un estudio de la Universidad de Costa Rica (UCR) identifica a los migrantes adultos mayores como un grupo de alta vulnerabilidad. Su condición de exiliados, viejos y nicaragüenses alimenta en Costa Rica un imaginario social de discriminación y rechazo.

    La psicóloga Ruth Quirós Hernández, especialista en trauma del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, ha atendido a centenares de perseguidos y reos políticos. Sus hallazgos coinciden con los del estudio de la UCR: la soledad y la precariedad agravan la salud mental y física de los exiliados.

    Pedro Montoya empuja una gigante carreta en el almacén donde trabaja en una ciudad de Ohio, Estados Unidos. Cortesía.
    Pedro Montoya empuja una gigante carreta en el almacén donde trabaja en una ciudad de Ohio, Estados Unidos. Cortesía.

    Soledad, hambre y frío

    Johnny describe la desesperanza de sus primeros días en Costa Rica. “El primer gran problema fue la soledad. Sin familia, sin dinero y sin techo, dormí en los parques La Merced y Central de San José, con hambre y frío. Intentaba descansar en las frías bancas mientras mi estómago rugía de hambre”.

    Pedro recuerda con tristeza cómo su familia se desmoronó: “Toda una vida de más de 30 años de unidad familiar se destrozó. La separación fue devastadora”.

    Quirós explica que la vejez trae consigo una mayor dependencia emocional. La separación familiar, en este contexto, se convierte en un golpe devastador.

    Aníbal lo vivió de la peor manera: “No pude enterrar a mi esposa. Medio siglo juntos… me dolió muchísimo”.

    El desafío de la supervivencia

    Además de la distancia, enfrentaron otro desafío: la autosuficiencia en países donde el mercado laboral excluye a los mayores.

    “Soy un ‘joven’ de 76 años y no tengo trabajo en Estados Unidos”, dice Aníbal con ironía. “Sobrevivo gracias a la ayuda de personas altruistas”.

    La legislación costarricense protege el derecho al trabajo de los adultos mayores, pero solo para los nacionales. Para los exiliados, no hay políticas de apoyo.

    Quirós lo resume con crudeza: “Costa Rica no está preparada para recibir a tantos exiliados forzados. Para los adultos mayores nicaragüenses, la situación económica y laboral es insostenible”.

    Johnny Balmaceda repara una cocina eléctrica. Aprovecha sus conocimientos en electrónica para desempeñarse como técnico en los Estados Unidos, donde emigró tras salir de Costa Rica. Cortesía.
    Johnny Balmaceda repara una cocina eléctrica. Aprovecha sus conocimientos en electrónica para desempeñarse como técnico en los Estados Unidos, donde emigró tras salir de Costa Rica. Cortesía.

    Atención médica: un lujo inalcanzable

    En Costa Rica, Aníbal, Pedro y Johnny no pudieron acceder a medicamentos básicos para la diabetes y la hipertensión. En Estados Unidos, la situación no es mejor.

    “Aquí sí te atienden, pero después te llega una factura impagable”, explica Aníbal.

    Pedro, ahora en Ohio, sufre el frío extremo sin acceso a medicinas. “El cambio de clima me afecta mucho. Solo me queda aliviarme con remedios caseros”.

    El alto costo de la salud en Estados Unidos ha llevado a Johnny a la desesperación. “Cuando consigo trabajo, me explotan. Jornadas de 14 o 16 horas por un pago miserable. Me ha llevado a la depresión”.

    Morir en el exilio

    Los tres comparten un mismo deseo: regresar a Nicaragua antes de morir.

    Pedro añora las madrugadas con su esposa, vendiendo pan y diseñando zapatos en su taller. Extraña el nacatamal de los domingos, el sonido de la marimba y las fiestas tradicionales.

    “En mi pensamiento no se apaga la esperanza de ver a mi país libre y abrazar a mi familia”, dice con la voz entrecortada.

    Porque para ellos, morir en el exilio no es una opción.

    Temas
    • Relpex
    • Exilio
    • Contar el Exilio
    • Periodismo en el Exilio
    • Nicaragua
    Ads
    Ads
Hora de Cierre
Nuestros Medios
  • REVISTA DIGITAL
  • SIP
SECCIONES
  • Audiencias
  • Entrevistas
  • Futuro de los medios
  • Innovación y tendencias
  • Modelos de negocio
  • Monetización
  • Mundo SIP
  • Podcast
  • Publicidad
  • Redacción
  • Redes sociales
  • Sip Connect
  • Tecnología
  • Webinars
  • YouTube SIP
2025 | Hora de Cierre| Todos los derechos reservados: www.horadecierre.orgPublicación de la Sociedad Interamericana de Prensa
Términos y condicionesPrivacidadCentro de ayuda
Powered by
artic logo