Atemporal Trío: Música, exilio y transmutación
Este texto forma parte de la serie Contar el Exilio, producida en colaboración con DW Akademie, el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión -IPLEX- y la Red Latinoamericana de Periodismo en el Exilio -RELPEX-. Forma parte del proyecto Space For Freedom en el marco de la iniciativa Hannah Arendt financiada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania.
Por Daniella Fernández Realin
A menos de treinta kilómetros de La Habana, hacia el noroeste de la —a menudo olvidada— provincia de Mayabeque, se encuentra el municipio de San Felipe y Santiago del Bejucal. O, simplemente, Bejucal. Un pueblo que, según datos oficiales de 2017, albergaba a unos 27 mil habitantes. Hoy, seguramente, son menos. Un territorio bendecido tanto por los santos apóstoles españoles, que le dieron nombre, como por los bejucos, esas enredaderas obstinadas que trepan cualquier estructura con la misma naturalidad con la que el pueblo florece en arte.
Algún habana-céntrico podría decir que en Bejucal no hay lugar para el realismo mágico. Pero estaría equivocado. Bejucal es cuna de formas de arte popular tan desobedientes como proféticas. Un arte que rara vez encuentra refugio en la academia, pero que pulsa en la calle, en los cuerpos, en las voces.
En este paisaje de creatividad indócil se conocieron Noslen Porrúa, Mario Miguel García y Jessica Zequeira, los tres integrantes de Atemporal Trío. Una agrupación marcada por la nueva trova, el amor por la música y, desde 2022, por el exilio.
Jessica y Nolsen viven ahora en Moreno, uno de los 135 partidos de la provincia de Buenos Aires. Una “zona oeste” a la que los porteños describen como selvática. No es un barrio céntrico ni turístico; no está a distancia caminable del Obelisco ni del Teatro Colón —aunque, en rigor, nada en Buenos Aires está a distancia caminable—. Llegar desde Moreno hasta la emblemática Mafalda de San Telmo exige varias combinaciones de transporte. Google Maps calcula casi dos horas de viaje.
Y, justamente por eso, es que eligieron vivir allí.

—Nunca me gustaron las capitales para vivir —dice Noslen—. Creo que es Carpentier quien dijo que “nadie medianamente inteligente escoge una capital para vivir”. Yo no me considero inteligente, pero necesito estar al lado de la gente de la tierra. Si no, uno se enferma. Es simple.
Es 24 de diciembre. Me reciben en su casa, devorada por la vegetación, poblada por más perros de los que logro contar y una gata que no aparece. Jessica, reacia a dar entrevistas, me sirve café como quien recibe a un hermano que vuelve después de mucho tiempo. Todo resulta familiar. Se mueven entre preparativos para la cena de Nochebuena. Hay invitados de todas las edades y lugares.
Mario vive en Caballito, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, junto a su esposa Lisandra. Desde allí, puede estar en San Telmo en menos de 40 minutos. Su departamento es pequeño, pero suficiente para los dos, sus instrumentos, y una perrita llamada Pitu.
Me recibe el 25 de diciembre, apenas regresado de un almuerzo solidario en una iglesia local.

Hermanos por la música, distintos por naturaleza
Mario y Noslen se definen como hermanos. La conexión entre ellos es profunda, aunque, a veces, parezca inconexa. Mario habla de Cristo Rey; Noslen, de Krishna y Buda. Tienen gustos disímiles, estilos opuestos para decorar sus casas, edades distintas —Mario es cuatro años mayor— y hasta tonos de voz contrastantes. Pero comparten la felicidad que les da la música. Y eso fue, quizá, lo que los unió. Eso y el Servicio Militar Obligatorio.
—En Bejucal, todo el mundo se conoce —dice Mario—. Más aún si compartís intereses culturales.
Mario descubrió la música en su infancia, con un disco de Los Beatles que era de su tío. Aprendió guitarra en talleres de la Casa de Cultura y en la iglesia, aunque su formación fue en gran parte autodidacta. Tocó en bandas como Rosa Náutica, No Parqueo y Manhattan —esta última de rock cristiano—, nombres que hoy le provocan una sonrisa.
A los 18 años lo llamaron para cumplir el SMO, pero le diagnosticaron bajo peso. “Volvé cuando subas unos kilos”, le dijeron. Nunca volvió. Durante cuatro años consecutivos recibió la misma respuesta.
En una de esas citaciones se reencontró con Noslen, recién graduado de la Escuela de Instructores de Arte y con un disco grabado en un estudio improvisado en La Habana. Mario lo escuchó y lo encontró “interesante”.
Se volvieron a cruzar en 2006, en una peña de artistas en Bejucal. Tocaron ambos. A Mario le impactaron las letras de Noslen, cargadas de crítica y cuestionamiento. Noslen estaba iniciando un camino espiritual que él mismo llama “transmutación”. Un proceso que marcaría su obra y lo prepararía para resistir lo que vendría.
—Cuando ocurre eso —dice— no hay regreso posible.
Empezaron a tocar juntos en 2007. Influenciados por la trova de Santa Clara, crearon Despeja X, luego rebautizado como Enfusión. Su primer concierto fue en marzo. Noslen recuerda aquel proyecto como un laboratorio sonoro. Experimentaron con trova, rock, funk, balada, country. Su disco Bendita indisciplina (2015) aún puede escucharse en Spotify.

La banda se mantuvo hasta 2019, cuando Noslen decidió retomar su camino como solista.
—Era el mejor momento del grupo —dice—, pero yo necesitaba volver a lo acústico. Había cumplido un ciclo. Me fui cuando más cómodos estábamos.
—Todas las bandas atraviesan crisis —añade Mario—. Son como relaciones de pareja. A veces hay divorcios.
Noslen impulsó una peña llamada Cantores y poetas, donde 12 músicos y 12 poetas compartían escenario. El espacio llegó a reunir hasta 300 personas. Pero su tono irreverente encendió las alarmas del Gobierno. En los muros de Bejucal comenzaron a aparecer frases de Lezama Lima y Virgilio Piñera. La provocación creció. Tras una presentación de Jorgito Kamankola, la pared amaneció con una consigna tajante: “Muerte al presidente Miguel Díaz-Canel”.
La represión no tardó. Noslen fue citado por la Contrainteligencia. Durante más de dos horas, lo interrogaron.
—Me sorprendió que sabían más de mi música que algunos periodistas —recuerda—. No entendían las canciones. Y lo que no se entiende, se vuelve peligroso.
La reunión concluyó con una frase de película: “Esto nunca ocurrió”.
De Bejucal al exilio
Julio de 2021. El país colapsa. La pandemia agrava una crisis ya insoportable. El 11 de julio estalla una ola de protestas. Bejucal no fue la excepción.
Mario se despertó con una resaca: la noche anterior, Argentina, liderada por Messi, había ganado la Copa América tras 30 años. Pero esa mañana, las redes sociales mostraban otra cosa: la gente en las calles exigiendo libertad.
Lisandra, desde Santiago de Cuba, le pidió que no saliera. Pero camino a casa se cruzó con amigos músicos que ya estaban listos para sumarse. Las calles del pueblo se llenaron con el ritmo de Patria y Vida y el clamor de cientos de jóvenes.
Al día siguiente, fue citado al Museo Municipal. La excusa era tratar temas presupuestarios. Salió esposado. En la celda conoció a Abelito, un adolescente negro y gay, que había sido arrestado sin explicación.
Mario pasó 13 días preso. Dio positivo a Covid-19, lo que, según él, lo salvó de las golpizas. Escuchó gritos, rezó, enseñó a rezar. Pensaba en Lisandra. Salió el 25 de julio. La vigilancia continuó. Le prohibieron actuar. Le quitaron el financiamiento. Lo asfixiaron.
Entonces, Noslen y Jessica —con quienes ya tenía un nuevo proyecto— lo incorporaron. Así nació Atemporal Trío. Pero cuando las autoridades se enteraron, ellos también quedaron fuera del presupuesto provincial.
En octubre de 2021, los cuatro tomaron una decisión: irse de Cuba.
—Nos vamos porque me van a matar de tristeza —dijo Mario—. Yo puedo ser herrero, si tengo libertad para cantar lo que quiero.
Atemporal en Buenos Aires
El destino fue Argentina. Podía haber sido cualquier otro país. Pero Noslen tenía contactos tras una gira previa. El 26 de abril de 2022, partieron con sus guitarras y una carta del Ministerio de Cultura argentino. Habían sido invitados a la Feria del Libro de Buenos Aires.
Dos autos conducidos por monjas los llevaron al aeropuerto. La policía los detuvo en el camino. Preguntas, revisiones. Primera señal de que el viaje no sería fácil.
En el aeropuerto, el vuelo fue cancelado. Pasaron dos días en un hotel cinco estrellas en Miramar. Nunca habían estado en uno. Noslen lo vivió como una luna de miel. Mario, en cambio, no halló paz.
El 28 de abril, finalmente, volaron. A Mario lo separaron en migraciones. Lo interrogaron durante 45 minutos. “Fue un recordatorio de por qué no debía regresar”, dice.
Al aterrizar, se abrazaron los cuatro. Sabían que no habría vuelta atrás.

Música, trabajo y vida nueva
Su primer recuerdo de Buenos Aires es el predio de la AFA. Allí empezó su nueva vida. Una gira de cuatro meses, más de 50 conciertos. Luego vinieron los obstáculos: papeles, empleos, arraigo.
Vivieron juntos en una casa en San Telmo en proceso de remodelación. Allí asistieron a su primera misa en Argentina y encontraron su primera comunidad.
Hoy, Mario y Lisandra viven en Caballito. Él abrió un taller de herrería con otro cubano, Home Cuba Factory. Ella trabaja en un bar y estudia marketing.
—A mis 38 años, ya no quiero ser famoso. Solo quiero ser feliz. Y la felicidad es libertad —dice Mario.
Noslen trabaja con su moto como repartidor. Valora el tiempo que le queda para la música. Hace poco retomó la composición. La última canción que escribió en Cuba no tenía melodía. Porque, según dice, el duelo no tiene música.

Y si se sembró la duda / Se sembró el silencio / Se sembró en lo hondo / Se sembró en el centro...
Dos años después, Atemporal Trío sigue activo. Tienen proyectos para 2025. No revelan detalles, pero sonríen.
—Cuando necesito reconectar con Cuba, me miro al espejo —dice Mario—. Yo soy Cuba.
Noslen, en cambio, ya no se llama exiliado. Se considera ciudadano del mundo. Aprendió a soltar.
—No cargo más con el dolor —dice—. Si estás en otro país, hay una aventura que transitar. Y muchas cosas que te van a alimentar. El dolor nubla la lucidez. Las verdaderas transformaciones suceden tranquilamente.
El 26 de abril de 2022, mientras partían, Jessica le dijo que parecía que solo iba a comprar pan. Él se rió. Y se sigue riendo.
